Caballos salvajes sobre en mi tapete
De la postura del bastón, Dandasana, llevo la planta de mi pie derecho hacia el piso por fuera de mi muslo izquierdo. Los músculos de la cadera me preguntan tímidamente si pueden relajarse confiadamente o si es necesario que se aprieten temerosos de lo que yo podría pedirles que hicieran a continuación.
Flexiono la rodilla izquierda, acomodo el pie izquierdo cerca del glúteo derecho. Inhalando, llevo el brazo izquierdo hacia la oreja izquierda. Mi cuerpo sigue su camino hacia la postura de la media torsión de la espina dorsal. Exhalo, retorciendo el brazo derecho, llevando el codo izquierdo por fuera de la rodilla derecha, colocando la palma derecha sobre el piso, justo detrás de los isquiones. Les ordeno: ¡Ahora, giren!.
En el instante en que pienso sobre lo que estoy haciendo, en lugar de fluir con la memoria muscular y la sabiduría corporal, cada uno de los músculos que me tenía confianza hasta este instante y se movía voluntariamente hacia la postura, parece haber dejado de obedecerme. Mi mente intelectual ha asumido el control y, nuevamente, recuerdo sus limitaciones.
Me tambaleo sobre el tapete. Sé por experiencia que no voy a lograr hacer la postura de la media torsión de la espina dorsal hasta que no deje de pensar y permita que mis pensamientos fluyan a través de mi cuerpo haciendo que los músculos que deben armar la postura se muevan.
Sin entrenamiento, mis músculos son caballos salvajes. A veces realizan estampidas, a veces embisten y siempre me llevan con ellos. Me llevan a lugares en donde ya había estado. A veces, estas segundas visitas son agradables, la mayoría no lo son.
La práctica del yoga me ayuda a entrenar a estos caballos salvajes y me mantiene lejos de los lugares negativos que ya había visitado con demasiada asiduidad. La meditación que lleva hacia las posturas hace que mi atención quede atada al cuerpo, un músculo, un tendón, una articulación a la vez, hasta que formen un equipo para crear una postura; esto es muy parecido a los pensamientos que generan acciones y crean karma. Los movimientos se convierten en posturas que llevan a otras posturas y, finalmente, al Savasana, igual que los pensamientos que surgen, pero que pueden pasar de largo si no nos aferramos demasiado a ellos.
Para mí, el yoga es una práctica auténtica. Me gusta compararla con otras maneras de concentrarme en la vida, descubriendo la verdad que se esconde detrás de los hechos y las estadísticas. Miao Tsan dice:
“La práctica auténtica no queda relegada únicamente a la meditación, ni a la investigación del Zen, ni a la contemplación del Buda, ni a la recitación de las escrituras, ni a la práctica del mantra con visualización y mudras ni a la postración y penitencia. Abarca cada instancia de la actividad mental que surge en la vida cotidiana. Transitamos el camino espiritual continuamente en nuestra vida, cultivándolo en los encuentros cotidianos, en todos los aspectos de la vida, en cada instante en el que aparece el pensamiento y que nos ofrece la oportunidad de entrenar a la mente”. (Sólo usa esta Mente)
Puedo domar estos caballos. Con la práctica. Giro la mirada hacia el hombro derecho y, a partir del abdomen, comienzo a torcerme. Inhalando, estiro mi columna y exhalando, me retuerzo más aún.
Surgen los pensamientos, pero antes de que logren cargarse de palabras, envío su energía hacia la columna. Mientras me retuerzo, me estiro, los pensamientos fluyen arriba y abajo, por mi espalda, arrancando la energía de cada vértebra y llevándola hacia los tejidos que la rodean. Estoy sobre el tapete, siempre estuve sobre el tapete y estaré sobre el tapete para siempre.
Mi cuerpo sabe cuándo desarmar la postura. Permitiendo que me guíe, hago un contra giro y me preparo para repetirla desde el otro costado.
Soy la postura de la media torsión de la espina dorsal.
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