Cuidando mis modales
La Mente nos permite entrar a la vida y, a la vez, salir de todos nuestros problemas. Entonces, para modificar nuestra vida y sus problemas debemos comenzar por la Mente, que es el origen de todo el mundo fenoménico, o sea, debemos transformar nuestros pensamientos.*
Hace poco, me encontré quejándome de que mis hijos no tenían buenos modales en la mesa. De mi boca salían los típicos y latosos sonidos: “¿Acaso fuiste criado por lobos?” “¿Qué harías si la reina te invitara cenar?”. “Estás haciendo que esta cena sea muy desagradable para tu padre y para mí”. Bla, bla, bla. Yo era la reencarnación de la maestra de Charlie Brown, y nadie me escuchaba.
Debido a que mi trabajo como editora tiene que ver con las palabras, cuando tengo pereza o estoy cansada, en lugar de intentar resolver un problema o incluso comprenderlo, me arrellano en mi asiento y arrojo palabras. El problema es que, cuanto más digo, menos ocurre. Mis palabras y los pensamientos cargados de quejas de las que provienen sólo hilan sus hilos y cavan trincheras llenas de superioridad moral y de martirio.
Debo dar gracias a que mi trabajo me expone constantemente a nuevas ideas que logran sacarme de estos carriles. Desde que comencé a trabajar con Miao Tsan en sus libros, comencé a ver las situaciones de una manera nueva y a preguntarme ¿cuáles son las ideas preconcebidas que estoy trayendo a la mesa?
Recordando esto, dejé de quejarme ante mi familia. Me recosté en mi silla y pensé ¿por qué estoy tan molesta? ¿Acaso realmente me preocupa si comen sus brócolis con los dedos? Si el brócoli estuviera crudo, lo llamaría crudité y no le prestaría más atención.
Estaba proyectando un mundo de pensamientos originado en los brócolis. Y no terminaba allí. Los malos modales en la mesa podrían llevar a malas actitudes, a tendencias anti sociales y hasta llegar a la delincuencia juvenil. Me aparté de ese aterrador futuro imaginario y volví con mi mente a la mesa.
Tal vez, sentirte distanciado de una madre que se queja todas las noches sea un problema mucho peor que ampliar la definición de lo que es un canapé. ¿Qué pasaría si en lugar de pasar toda la cena (ese corto y precioso tiempo que tenemos para estar juntos) señalando lo que está mal, nos dedicáramos a focalizar nuestros pensamientos en cosas más positivas?
Ahora tenemos una nueva tradición en nuestra casa. Antes de cenar, cada uno de los que estamos sentados a la mesa nos vamos contando alguna cosa por la que nos sentimos agradecidos. Puede ser algo grande o pequeño, personal o que involucre a toda la familia. A veces, si alguno de nosotros está muy poco inspirado puede decir algo tan simple como “Agradezco poder comer estos espaguetis”. Este pequeño cambio en nuestro patrón de pensamiento ha logrado alejarme de mi rutina quejosa.
Mi próximo desafío es lograr aplicar este proceso de pensamiento a problemas un poco más importantes que los brócolis.
* Sólo usa esta Mente
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